
Cooperativa del conocimiento
En las primeras fiestas de fin de año de Bioceres había más directores que empleados. Y es que en su etapa fundacional la empresa mantuvo una estructura simple, liviana y flexible que le permitió ser eficiente a la hora de hacer diagnósticos y tomar decisiones. Naturalmente se establecieron reglas y se definieron roles, pero todos participaban y todos estaban en conocimiento de todo: un modelo parecido al cooperativo.
Ese diseño permitió también surfear unos tiempos que en lo financiero resultaron complejísimos, si bien a los pocos meses de su fundación más socios fueron sumándose a la compañía con unos aportes esenciales para que la rueda pudiera mantenerse girando a una velocidad aceptable. Según informaba en su momento La Capital de Rosario, cuando en el congreso de Aapresid de agosto de 2002 salieron a la venta 90 cuotas del primer proyecto de Bioceres estas se vendieron casi en su totalidad por un valor de 2.667 dólares cada una.
Bioceres fue inicialmente pensada como una empresa en red, el concepto era el de replicar en la biotecnología lo que en el campo se había logrado a través de los pooles de siembra, donde no era necesario tener activos propios porque todo podía contratarse. Bioceres funcionaría en sus primeros años como una “gerenciadora de contratos” entre prestadores de servicios, centros de investigación, desarrolladores, técnicos y agentes financieros administrados por un centro neurálgico a partir de los principios de la organización en redes.



La oficina de ese “cerebro” gestor estaba en la Bolsa de Comercio de Rosario, donde además de tener lugar las reuniones de directorio, Celina Trucco oficiaba como controller financiero y Mariana Giacobbe se convertía en la primera empleada contratada de Bioceres, al poco tiempo ascendida al lugar de gerente general. Miguel Lucero era accionista a la vez que actuaba como director científico, uno de los responsables de acercar los proyectos para seleccionar aquellos que resultaran más atractivos. El ojo estaba puesto en los proyectos de interés agronómico que estuviesen llevando adelante científicos argentinos, ideas que para avanzar en su desarrollo y convertirse en productos requirieran de las sinergias con el sector privado.
El ojo estaba puesto en los proyectos de interés agronómico que estuviesen llevando adelante científicos argentinos.
Grobocopatel tenía ya una buena visibilidad en los medios y entonces le tocaba dar a conocer de qué iba esta nueva compañía propia de la sociedad de la información que trabajaba en red conectando usuarios, investigadores e inversores. «No es una empresa que tenga un edificio con grandes laboratorios, es básicamente una incubadora que trabaja en red y cuyo foco estratégico está puesto en la patentabilidad de cada proyecto que desarrollemos», explicaba durante el seminario «Oportunidades en la sociedad del conocimiento» que en noviembre de 2002 se llevaba a cabo en Buenos Aires. Ahí mismo advertía también que “Bioceres apunta a hacer investigación sobre problemas nacionales y crear patentes nacionales, vamos a tener vínculo con el conocimiento científico global y pensamos que la agricultura tiene que motorizar la química y la farmacéutica».
Con esa mirada se arrancó con acuerdos de vinculación tecnológica en los que Bioceres era responsable por la coordinación general del proyecto, el financiamiento y la gestión de propiedad intelectual. Los investigadores del sector público eran en general los creadores de las invenciones en las primeras fases, mientras que para las siguientes la empresa debía encontrar a los mejores proveedores. Los convenios incluían acuerdos de propiedad, de licencia y de participación de utilidades; la meta de Bioceres era llegar a comercializar o licenciar los desarrollos para distribuir sus utilidades entre los distintos participantes de la red. Con ese esquema fueron celebrándose diferentes acuerdos no solo para el desarrollo de eventos transgénicos, sino también de mejoramiento tradicional de semillas de trigo a través de un convenio con el INTA que se firmó tras competir con varias empresas, requirió un trabajo intenso y dio lugar a una gran cantidad de variedades que se inscribieron y comercializaron bajo la marca Biointa.
“Transformación de soja con genes antifúngicos”: fue ese el título del primer proyecto que Bioceres decidió financiar, el acuerdo se firmó en junio de 2002 y tenía prevista una duración de tres años. Lo estaba llevando a cabo un equipo de investigadores de la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA) liderados por el doctor en Ciencias Químicas Alejandro Mentaberry. El segundo proyecto tenía que ver con conferir al maíz resistencia al Mal de Río Cuarto, el convenio fue firmado con el INTA en noviembre de ese mismo año y el referente del proyecto era el Doctor en Ciencias Biológicas Esteban Hopp.
Los convenios incluían acuerdos de propiedad, de licencia y de participación de utilidades; la meta de Bioceres era llegar a comercializar o licenciar los desarrollos para distribuir sus utilidades entre los distintos participantes de la red.
Ninguno de los dos proyectos consiguió llegar al mercado, sin embargo, ni uno solo de los involucrados consultados sobre el tema se refiere a ellos como “fracaso”. Más bien dicen lo contrario: que precisamente por no haber logrado cultivos comercializables resistentes a esos factores fue que terminó de cristalizar la idea de que el esquema de “gerenciadores sin laboratorios” no era del todo viable. Y como si algo caracteriza a Bioceres eso es la construcción en vuelo, y su flexibilidad para virar de modelo de negocio, entonces de la crisálida de esos proyectos que no prosperaron nació algo mucho más grande, más ambicioso y más importante, una idea completamente nueva, bautizada con el nombre de Indear.
Los primeros proyectos de Bioceres

Voces
CELINA TRUCCO: Controller en Bioceres, Entrevista en las oficinas de Bioceres en Rosario, mayo de 2021
«EN UNA PRIMERA ETAPA hubo un triunvirato muy definido: Víctor Trucco, Gustavo Grobocopatel y Rogelio Fogante. Ellos tenían una química muy particular, cada uno con su estilo y en su rol hizo que la empresa diera sus primeros pasos y rindiera sus primeros frutos. Era muy fácil seguirlos en sus ideas, en sus convicciones, en sus pasiones. Creo que esa fue la base para que se sumaran más productores, incluidas personas que no venían del sector agropecuario. Pero sobre todo pienso que tuvieron una excelente muñeca para sortear los diferentes momentos que tuvimos como empresa, como grupo y como país”.
MARIANA GIACOBBE: Ex gerente general en Bioceres, Conversación vía zoom, mayo de 2021
«A MÍ ME TOCABA IR POR LOS CAMPOS vendiendo acciones y contando qué era Bioceres. Lo que decíamos era ‘si en los próximos cinco años o diez años necesitás esta plata, entonces no la pongas. Lo que sí te podemos asegurar es que vas a tener un asiento en la primera fila del partido de la biotecnología”.
HÉCTOR HUERGO: Periodista especializado en agro y socio fundador de Bioceres, Entrevista vía zoom, mayo de 2021
«NUNCA VAMOS A DEJAR DE HABLAR de Víctor Trucco”.
GUSTAVO GROBOCOPATEL: Socio fundador y primer presidente de Bioceres ,Conversación vía zoom, abril de 2021
«TODA ESA VIDA INICIAL DE BIOCERES fue una etapa en la que permanentemente había que poner dinero. Nunca alcanzaba. Y la forma en la que nos financiábamos era con aperturas permanentes de capital. Me tocó ser presidente durante los primeros ocho años de vida de la empresa, y como tal era el que conducía las asambleas de accionistas. Yo les decía: ‘Señores accionistas, les vengo a informar que hemos perdido mucho dinero. Señores accionistas, les vengo a decir que vamos a necesitar mucho más dinero. Señores accionistas, les vengo a decir que es muy probable que nunca recuperemos este dinero’. Y la gente aplaudía emocionada y me felicitaba. ¿A qué se debía? Asumo que a la confianza que existía entre nosotros, a la confianza en la ciencia, en la tecnología, en el futuro. También al hecho de entender que estábamos empezando algo que iba más allá del interés personal. Si bien esa anécdota refleja algo que ocurrió en los primeros años, revela un espíritu que todavía está presente y muestra cómo la confianza es un valor clave”.
LINO BARAÑAO: Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación Argentina entre 2007 y 2018, Conversación vía zoom, junio de 2021
«LA ÚLTIMA VEZ QUE ESTUVE EN COREA DEL SUR, hará dos años, me contaban que están preocupados porque gran parte del empleo en el país proviene hoy de las compañías de hardware, pero muchas de esas tareas se están robotizando. Y por otro lado la producción de alimentos sigue a cargo de granjeros que están envejeciendo y cuyos hijos prefieren ir a la ciudad a trabajar en compañías tecnológicas. De ahí que se intenta instaurar el concepto de ‘farmpreneur’. Pero les está costando, porque no tienen un sector joven consustanciado con la mejora del agro. Bioceres tiene esta diferencia: un grupo de emprendedores jóvenes donde además se ha dado naturalmente la incorporación de las nuevas generaciones, cosa que tampoco es tan frecuente”.
MARCELO CARRIQUE Presidente del directorio de Bioceres, Conversación vía zoom, junio de 2021
«LO ESCUCHABAS A VÍCTOR UN RATITO y te entusiasmaba. Lo que a mí me estimulaba –y me sigue estimulando- es cómo de algo ordinario se puede construir algo extraordinario sumando voluntades, cabezas y sueños. Y en ese sentido una de las grandes virtudes que tuvimos fue la capacidad para construir consensos, cosa que, supongo, viene un poco de los que participamos de instituciones como CREA (Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola) y Aapresid”.
SEBASTIÁN GUERRINI Diseñador gráfico, fundador de Guerrini Design Island, Conversación vía zoom, julio de 2021
«CUANDO ME CONVOCARON observé que el logo que entonces tenía Bioceres se veía demasiado débil como para transmitir lo que conceptualmente me estaban planteando. Viajé a Rosario y participé de una reunión de directorio, nunca antes me había pasado de trabajar con un cliente que me dijera ‘todavía es una empresa chiquita, pero de acá a diez años va a convertirse en una cosa que rompa todo’. Me gustó la idea. Les sugerí que si el sueño era conseguir el bronce en una o dos décadas entonces había que jugarla fuerte, crear una marca institucional que cualquiera viera y pensara: ‘acá está Bioceres’. No era una empresa más. En esos tiempos me encontraba justo trabajando en la marca del Conicet, con lo cual estaba ya entrevistando investigadores y entrando de lleno en la temática de la ciencia. Quería crear una marca que perdurara, y me dispuse a buscar los códigos para eso. Por un lado está presente el discurso de la multiplicación -de panes, de bienes o de lo que sea-, un núcleo central cuya dinámica espiralada va dando lugar al crecimiento, y en ese crecimiento se van proyectando las formas que me gustan. Me puse a escanear hojas, de soja y de otros cultivos, y lo que notaba era que la silueta de la hoja se parecía a la de la semilla. Investigando descubrí también que una de las culturas más ricas en la expresión de símbolos relacionados con los cultivos es la celta. Hacía no mucho tiempo había estado trabajando en Islandia, donde me quedé enamorado del arte de joyas, así que cuando desarrollé esta marca traté de hacer confluir todas esas cuestiones. El logo de Bioceres no tiene referencias humanas, pero sí un power de lo vegetal que va muy ligado a su identidad. Luego las marcas de Biointa, Bioceres Semillas e Indear reprodujeron esa misma guía, la idea era que sus logos tuvieran algo de amor al origen, pero tomaran a la vez cierto vuelo propio. Lo que más me enorgullece es haber formado parte de ese experimento que deja el legado de que vale la pena proyectarse a largo plazo, apostar a esa la lógica japonesa de plantar el cerezo para las futuras generaciones”.