
“Nos tildaban de locos”
Bioceres nació del seno de Aapresid, cuya sigla quiere decir «Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa» y designa a una organización no gubernamental que fue fundada en 1989, tras un largo proceso que se disparó en los ’70. Su germen fue la reacción de un grupo de agricultores, la mayoría profesionales de la agronomía, frente a la necesidad de encontrar respuestas que contrarrestaran la erosión y el deterioro que los suelos sufrían debido a la intensificación de la actividad.
Todos ellos compartían la idea de aumentar el nivel de eficiencia y el Todos ellos compartían la idea de aumentar el nivel de eficiencia y el rendimiento de los campos en un sistema que permitiera que con el correr del tiempo esa tierra siguiera siendo productiva. Los productores sabían perfectamente que un suelo erosionado pierde nutrientes y hasta puede, en algún momento, llegar a transformarse en un desierto.
Al principio las búsquedas fueron individuales, pero enseguida las cabezas comenzaron a interactuar para dar paso a un fluido intercambio de experiencias e informaciones cuya meta no era otra que poner en práctica una nueva forma de entender y llevar adelante el proceso agroproductivo. Una forma que entre otras cosas dejara de lado la necesidad de labranzas, cubriera y protegiera los suelos e intensificara la productividad por una vía competitiva y rentable a la vez que sustentable.
En el intento involucraron a fábricas de maquinarias y a otros miembros de las cadenas productivas. De esa tropa originaria formaban parte Víctor Trucco, Rogelio Fogante, Eri Rosso, Mario Gilardone, Roberto Peiretti, Hugo Ghio, Raúl Bizzet, Gino Minucci, Luis Giraudo, Jorge Romagnoli y otros más que fueron sumándose para consolidar y hacer crecer un grupo muy dinámico, muy innovador y muy activo. Todo ese trabajo confluyó en 1989 en la creación de Aapresid, cuyos integrantes fueron muchas veces tildados de “los locos”. Y es que en los ’80 casi nadie quería hablar de la siembra directa, en la facultad los profesores se mostraban en contra y la mayor parte de la comunidad rural observaba el fenómeno de reojo. No era para menos teniendo en cuenta que el modelo que proponían implicaba un cambio radical: eliminar directamente la labranza y controlar las malezas con rotaciones de cultivos.
Todo ese trabajo confluyó en 1989 en la creación de Aapresid, cuyos integrantes fueron muchas veces tildados de “los locos”.
En 1996 Carlos Menem cursaba su segunda presidencia, mientras en las rutas del país se desataban los primeros piquetes. Ese año (en el que además murió Tato Bores, Gaby Sabatini anunció su retiro del tenis y tuvieron lugar el motín de Sierra Chica y el “caso Coppola”) la Argentina aprobó el 25 de marzo la liberación comercial de la soja RR, resistente al herbicida glifosato, casi en simultáneo con Estados Unidos. La irrupción de ese primer cultivo transgénico -y su combinación con las recientes técnicas de siembra directa- marcó un punto de inflexión en la agricultura local y mundial, en tanto la biotecnología moderna arrancaba a desplegar sus potencialidades económicas y sociales con novedades que iban desde la transformación de plantas con salida comercial hasta el hecho de considerar a los vegetales como biofactorías de otras moléculas de interés diverso para el ser humano, incluidos los medicamentos.
Y es que en los ’80 casi nadie quería hablar de la siembra directa, en la facultad los profesores se mostraban en contra y la mayor parte de la comunidad rural observaba el fenómeno de reojo.

Fue por esos tiempos que un destacado científico de talla internacional comenzó a interesarse por la siembra directa, lo que lo llevó a tomar contacto con sus dementes promotores. Otto Solbrig (biólogo y doctor en Botánica argentino que había sido parte del éxodo de los ’50 y desde entonces vivía en Estados Unidos, donde integraba el Centro de Estudios Latinoamericanos «David Rockefeller» de la Universidad de Harvard) conoció Aapresid y estrechó vínculos con sus miembros. En enero del 2000 Solbrig organizó un seminario de tres jornadas que bajo el título de “The Impact of Globalization and Information Society on The Rural Environment” reunió en el campus de Harvard a cantidad de académicos y productores de distintas regiones del mundo, entre ellos algunos miembros de Aapresid. En esa oportunidad Juan Enríquez Cabot – el académico y empresario mexicano a quien Fortuna describe hoy como “Mr. Gene”, y que por entonces trabajaba también en Harvard- brindó ahí mismo una exposición de carácter excepcional, una suerte de paneo vanguardista por sobre las posibilidades que la biotecnología ofrecía. El ecólogo italiano Francesco Di Castri, llegado desde la francesa Universidad de Montpellier, disertó sobre los valores rurales y la visión que Europa tenía de la agricultura. Los productores argentinos presentes en el encuentro regresaron para contar a sus colegas lo aprendido y el interés fue tal que para el 14 de agosto de ese mismo año en el Sheraton de Mar del Plata, en el marco del octavo congreso anual de Aapresid, se cortaban las cintas del primer seminario “Harvard Aapresid por la Biotecnología”, organizado en conjunto por ambas instituciones. Ahí estuvieron el ecólogo

Solbrig –quien había sido, de hecho, uno de los ideólogos del encuentro-, el “futorólogo” Enríquez Cabot, el pionero de la ecología Di Castri y también el escritor francés Guy Sorman, junto a otros especialistas que frente más de 1.500 productores de todo el país desgranaban en unas salas a pleno las oportunidades que ofrecía el todavía promisorio ámbito de la biotecnología, un terreno alrededor del cual tanto compañías locales como el propio Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) comenzaban ya a desarrollar actividad. Un año después la historia se repetía: en agosto de un 2001 que ya asomaba como tumultuoso el mismo hotel de la misma ciudad volvía a recibir a Solbrig, a los conferencistas y a los productores que de todas partes llegaban para divisar y debatir los cambios que se avecinaban, compartir conocimiento y escuchar. Sobre todo, escuchar. Nadie quería perderse las novedades que el mundo científico tenía para aportar al agropecuario.
El porvenir de la empresa estaba en las manos de una buena parte de los locos que a fuerza de conocimiento estaban cambiando el paradigma productivo de la Argentina.
Argentina parecía una vez más al borde del abismo, el riesgo país volaba en 1.600 puntos, la bolsa bajaba, las protestas sociales colmaban las calles, la soja cotizaba en Chicago a 180 dólares la tonelada y faltaba poco para que el mundo se horrorizara frente al atentado a las Torres Gemelas de Nueva York. En ese contexto el mismo grupo que diez años antes había creado una organización que quería unir el campo con la ciencia comenzó a manifestar unas motivaciones inéditas y guiadas por una pregunta vital: ¿qué pasaría si en vez de esperar las herramientas de biotecnología que el mundo pudiera desarrollar, se disponían en cambio a crear unas propias? Todas esas ideas masticadas tras los concurridos seminarios operaron como la chispa que encendió la mecha para que pocos meses después, en pleno diciembre de 2001, 23 socios alrededor de una mesa decidieran formalizar en la ciudad de Rosario la fundación de Bioceres. El porvenir de la empresa estaba en las manos de una buena parte de los locos que a fuerza de conocimiento estaban cambiando el paradigma productivo de la Argentina.
(Alerta de spoiler: hoy la siembra directa ocupa más del 95 por ciento de la superficie agrícola del país).
Voces
ROBERTO PEIRETTI: Miembro fundador de Bioceres Conversación telefónica, mayo de 2021:
«TECHNOLOGY, GENE RESEARCH AND NATIONAL COMPETITIVENESS’ fue el título de la shockeante presentación de Juan Enríquez en el congreso organizado por Otto Solbrig en Harvard. Fue una cosa impresionante escucharlo contar los impactos que la biotecnología generaría no solo en la agri-
cultura sino también en la medicina, en la alimentación y hasta en el sector de los seguros. Soltaba ejemplos de cosas para el momento impensadas, desde el manejo de problemáticas como malezas o insectos hasta la mejora de la calidad nutricional de los alimentos y la gestión de limitantes abióticas como sequía o heladas. Hoy todo parece conocido, una vez que se descubrió América es fácil ser Colón. Pero cuando se planteaba si en el nuevo mundo habría dragones, el panorama era diferente”.
VÍCTOR TRUCCO: Socio fundador de Bioceres Cierre del primer seminario de biotecnología Harvard Aapresid, agosto de 2000:
«EN AAPRESID HEMOS APRENDIDO a querer el suelo. Hemos hecho de la comprensión racional una pasión. ¿Quién nos puede reprochar el uso de los recursos naturales, la preservación del ambiente? No hablamos de lo que hay que hacer. Lo hacemos. No somos ambientalistas por definición, somos ambientalistas por acción. No somos ecologistas por moda, somos ecologistas por interés: vivimos de la naturaleza y sus secretos”.
OTTO SOLBRIG: Doctor en Botánica argentino, profesor emérito de Harvard Entrevistado en el diario La Nación, agosto de 2005, disponible en https://www.lanacion.com.ar/economia/campo/hay-que-aumentar-el-valor-de-lo-que-exportamos-nid729516/
«SI NO SE INNOVA, uno se estanca y se va. Hay que aceptar las nuevas tecnologías. Aunque de manera inteligente, claro. Pero hay que hacer otra cosa. Hay que complementar las exportaciones de commodities con productos de mayor valor. El proyecto de Bioceres es la punta de eso. Si en lugar de exportar soja en grano exportáramos semillas de soja certificadas transformadas biotecnológicamente, sacaríamos mucho más”.
HUGO GHÍO: Socio fundador de Bioceres Entrevista en su campo en Corral de Bustos, Córdoba, mayo de 2021
HACIENDO UNA ANALOGÍA, Aapresid fue el nido de Bioceres. Ahí nos conocimos y ahí se generó toda esa relación de confianza y necesidad de enfrentar nuevos desafíos”.
VÍCTOR TRUCCO: Socio fundador de Bioceres Cierre del segundo seminario de biotecnología Harvard Aapresid, agosto de 2001.
«HA LLEGADO EL MOMENTO de formar grandes compañías profesionalizadas con capital social en el que volquemos nuestras rentas. Compañías en las que pongamos la experiencia de nuestros mejores hombres. Argentina puede producir para el mundo alimentos y otros productos de origen agropecuario. Pero, ¿quién los colocará por el mundo, si no nos ocupamos nosotros? ¿Por qué no podemos exportar biotecnología? (…) El desafío es jugar en otra liga. Tenemos una oportunidad, pero no es un desafío individual, es un desafío colectivo”.
SANTIAGO LORENZATTI: Socio fundador de Bioceres Entrevista en su casa en
Monte Buey, Córdoba, mayo de 2021
EN ESOS PRIMEROS SEMINARIOS de Aapresid vimos a la bio- tecnología desde otro lugar, ya no solo como usuarios sino tratando de entender cómo funcionaba y sumando además la mirada de los científicos, de investigadores, de los consumidores. Juan Enríquez nos desafió, nos dijo: ‘¿Ustedes quieren ser solo usuarios, o se animan a ser parte del proceso de creación de esa biotecnología? Y nos hablaba del lenguaje: ‘El lenguaje que hoy se usa en el mundo es el lenguaje de los genes, el lenguaje del ADN. Y quien maneja el lenguaje es el ganador del momento, así hablemos de jeroglíficos o del alfabeto. Hoy hay dos idiomas que confluyen: el genético y el digital, el que domine esta unión es el que a futuro va a tener posibilidad de prosperar’. Quedamos todos shockeados. El abanderado de ese proceso fue Víctor Trucco, la mente que iba a la vanguardia en la idea de avanzar mucho más allá de lo que nos sucedía en el lote para ponernos interactuar con personalidades de la ciencia global”.
“EN AAPRESID HEMOS APRENDIDO a querer el suelo. Hemos hecho de la comprensión racional una pasión. ¿Quién nos puede reprochar el uso de los recursos naturales, la preservación del ambiente? No hablamos de lo que hay que hacer. Lo hacemos. No somos ambientalistas por definición, somos ambientalistas por acción. No somos ecologistas por moda, somos ecologistas por interés: vivimos de la naturaleza y sus secretos”.
Discurso de Víctor Trucco Discurso: Clausura del Seminario de Biotecnología y apertura del 8° CONGRESO de AAPRESID. Año 2000