La Construcción de Indear
Público y privado

Público y privado

No es habitual la imagen de un grupo de productores tratando de armar un instituto de agrobiotecnología. Claro que siempre está la posibilidad de buscar a quien conozca del tema, de contratar a los mayores expertos y hasta de asociarse con las organizaciones correctas, pero lo cierto es que hasta la creación de Indear en 2004 no existían en la Argentina ni en Latinoamérica antecedentes de un proceso semejante.

Para ese año Bioceres venía de darse de bruces con la incontestable realidad: el modelo de las redes sin activos fijos no estaba funcionando, en parte porque, a diferencia de lo que sucede en otras actividades, en el ámbito de la ciencia el fracaso se considera un activo. El problema no era que proyectos como el de la soja antifúngica o el maíz resistente al mal de Río Cuarto no hubieran arribado a buen puerto, eso era algo natural y de hecho la mayoría de estas iniciativas jamás llegan a ver la luz del mercado. Pero si la ciencia descansa en sus desarrollos previos, y si el conocimiento generado en el devenir de ese hipotético fracaso se daba en un laboratorio tercerizado, entonces el activo se quedaba afuera de la compañía: una apuesta demasiado “a todo o nada” donde siempre estaba arrancando de cero. Por eso la idea de contar con laboratorios propios no tuvo tanto que ver con poder disponer de los “fierros”, sino con tener en el seno de la compañía a los cerebros de quienes se equivocaron y en ese tren de equivocarse algo aprendieron. Esta conclusión que hoy puede parecer tan diáfana no surgió en Bioceres de un día para el otro, aunque pasado un tiempo prudencial de remojo llevó a sus integrantes a repensar de una forma bastante radical la estructura organizativa de la empresa, entendiendo que si la idea era desarrollar en el país un evento biotecnológico habría que invertir en infraestructura, en equipamiento y en formar talentos. No se trataba tampoco de encarar todo en soledad, pero había capacidades críticas de las que era imposible prescindir. Así se presentó la idea de crear Indear, cuya sigla quiere decir Instituto de Agrobiotecnología Rosario.

Pero hacía falta dinero, hacían falta contactos, hacía falta sumar a quienes más conocieran de biotecnología vegetal, hasta el momento desperdigados en un ramillete de organizaciones varias. En su corta vida anterior a la creación de Indear, Bioceres se enfocó en vender cuota partes de sus proyectos, con eso le había alcanzado para sostener su liviana y flexible estructura. Pero si en el horizonte aparecía el plan de levantar un edificio para alojar tecnología de punta las necesidades de financiamiento empezaban a tornarse un poco distintas. Víctor Trucco conocía de Aapresid a Marcelo Argüelles, presidente del Grupo Sidus –empresa farmacéutica argentina y familiar- y de la compañía biotecnológica Biosidus, un referente indiscutido de la industria que ya en 2002 se había convertido en uno de los “padres” de la primera ternera clonada en el país, de raza Jersey y llamada “Pampa”. Tras una serie de encuentros se selló la alianza y así se formalizó la creación de Indear, que en sus inicios perteneció en un 50 por ciento a Bioceres y otro tanto a Biosidus. Argüelles, quien tenía una excelente llegada al mundo científico, presentó al doctor en Química Alejandro Mentaberry (quien venía del campo de la biotecnología vegetal y había conocido ya a Bioceres en el marco del proyecto de la soja antifúngica) y a Lino Barañao (el también doctor en Química que había sido asesor científico de Biosidus y antes de transformarse en ministro de Ciencia, Innovación y Tecnología de la Nación en 2007 estaba al frente de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica). La idea de Indear no solo era buena, también navegaba con viento a favor en la medida en que una parte considerable del mundillo científico argentino empezaba a mirar con buenos –o no tan malos- ojos las posibilidades de vincularse con el sector privado y concretar así la mentada transferencia tecnológica.

No se trataba tampoco de encarar todo en soledad, pero había capacidades críticas de las que era imposible prescindir. Así se presentó la idea de crear Indear, cuya sigla quiere decir Instituto de Agrobiotecnología Rosario. La idea de Indear no solo era buena, también navegaba con viento a favor en la medida en que una parte considerable del mundillo científico argentino empezaba a mirar con buenos –o no tan malos- ojos las posibilidades de vincularse con el sector privado y concretar así la mentada transferencia tecnológica.

Vista aérea de encofrado de segundo piso, avance general de obras INDEAR.
Acto Inauguración de INDEAR. De Izquierda a derecha: Miguel Lisfchitz, Marta Rovira, Victor Trucco, Aimar Dimo, Hermes Binner, Lino Barañao.
Acto Inauguración de INDEAR. Antonio Bonfatti, Miguel Lisfchitz, Hermes Binner, Federico Trucco.

Había que buscar un lugar. “La Siberia” es el sugestivo nombre con el que popularmente se da en llamar la zona de la Ciudad Universitaria de Rosario (UNR), recostada en las barrancas del Río Paraná y al sur del distrito centro. Esos terrenos habían sido cedidos a la Universidad Nacional de Rosario en 1952 por el Estado Nacional entonces comandado por Juan Domingo Perón, pero el proyecto original nunca terminó de construirse. Entre los oscuros 1978 y 1980 se diseñó un plan para redimensionar a la UNR, el proyecto incluía la cesión de un terreno de cinco hectáreas al Conicet para que pudiera levantar allí sus institutos y de hecho la construcción de los edificios que los albergarían se aceleró durante los siguientes años, pero luego quedó paralizada y cuando asomaba el nuevo siglo ahí se mantenían aún esas viejas estructuras, reducidas a esqueletos de hormigón que con sus grietas llenas de musgos agigantaban el aura desoladora del lugar. Pero en 2003 –con el intendente Hermes Binner a punto de cederle el mando a su sucesor Miguel Lifschitz arrancaba un plan de reordenamiento urbano y edilicio que se proponía recuperar la zona y radicar en esas cinco hectáreas a todos los institutos del Conicet. El doctor Alejandro Cecatto, quien en 2015 se transformaría en presidente del Conicet pero por esas fechas era el director del Centro Regional de Investigación de Rosario (Cerider), se enteró a través del diario de que Indear andaba en la búsqueda de una locación en la provincia. Sin dudarlo demasiado planteó la posibilidad de que el futuro instituto se asentara sobre una de esas viejas estructuras. Indear aceptó, pero no tomaría ninguno de los esqueletos sino que construiría sobre un terreno aledaño y vacío que formaba parte del mismo predio. El acuerdo firmado entre Indear y Conicet incluyó el comodato del lugar por un período de 30 años.

Descubrimiento de la piedra fundamental. De izquierda a derecha: Miguel Lisfchitz, Eduardo Charreau, Daniel Filmus, Jorge Obeid, Victor Trucco, Marcelo Argüelles, Gustavo Grobocopatel.
Piedra de la fundación de INDEAR.

El doctor Alejandro Cecatto, quien en 2015 se transformaría en presidente del Conicet pero por esas fechas era el director del Centro Regional de Investigación de Rosario (Cerider), se enteró a través del diario de que Indear andaba en la búsqueda de una locación en la provincia. Sin dudarlo demasiado planteó la posibilidad de que el futuro instituto se asentara sobre una de esas viejas estructuras.

Había que financiar la construcción. El científico Fernando López se incorporó como gerente general y como tal se dedicó a gestionar un crédito ARAI (“Aporte Reembolsable a Instituciones”) que el Fondo Tecnológico Argentino FONTAR asignaba con dinero que venía a su vez del Banco Interamericano de Desarrollo. Pero había un problema: el ARAI solo se otorgaba a instituciones sin fines de lucro e Indear era una sociedad anónima. Con la colaboración de Lino Barañao se tramitó entonces una excepción que se fundamentó en dos razones: una, que Indear prestaría unos servicios tecnológicos que previamente no existían en el país; y dos, que se trataba de una inversión a largo plazo. La excepción no solo se logró, sino que tras el pedido de Indear el crédito pasó a denominarse ARSET (“Aportes Reembolsables para la Prestación y Consolidación de Servicios Tecnológicos”) y desde entonces pudieron tomarlo empresas capaces de desarrollar soluciones tecnológicas nuevas para aumentar la competitividad del sector productivo nacional. El tope de la línea era de 2 millones de dólares, Indear fue por esa cifra y finalmente la consiguió. Podía ya diseñarse la infraestructura a la par que se buscaba comenzar a capitalizar Bioceres de una forma más intensa. La piedra fundamental del edificio se colocó el 30 de noviembre de 2004. En medio de ese proceso el salón prestado de la Bolsa de Comercio en la calle Paraguay quedó chico, y el todavía escueto staff de Bioceres/Indear tomó sus pertenencias y se mudó a una oficina en el Palacio Minetti, de arquitectura exquisita y ubicado sobre la peatonal Córdoba, en un sector histórico denominado “Paseo del Siglo”. Corría 2005, el edificio de Indear lejísimos estaba de terminarse y ya empezaban a firmarse convenios con científicos del Conicet bajo la modalidad del “investigador en empresa” nacida dos años atrás. El esquema conceptual del modelo público privado iba tomando forma y avanzaba mucho más allá de la cesión por 30 años del descampado en La Siberia. Indear plantaba en Rosario su semilla como un instituto asociado al máximo organismo dedicado en el país a la promoción de la ciencia.

De derecha a izquierda: Marcelo Argüelles, Víctor Trucco, el Arq. de la Obra Luis Ibarlucía, y el Director Científico del INDEAR Dr. Alejandro Mentaberry. En segundo plano, El Contratista de la Obra Ing. Jaime Lein, y el Auxiliar de Ibarlucía, el Arq. Manuel Fernández de Luco, Carlos Pérez, que en esa época trabajaba para Bioceres.

La obra se ejecutó mediante un concurso de proyectos de arquitectura del que participaron varios estudios nacionales, tres licitaciones privadas y ocho licitaciones públicas nacionales, todo lo cual demandó mucho, muchísimo tiempo, y es que en definitiva no se trataba solo de levantar paredes sino de imaginar cómo debía ser el edificio que alojaría las tecnologías del futuro, las maquinarias, los laboratorios y los invernaderos ajustados a los máximos estándares internacionales. El proyecto y la dirección de la obra quedó en manos del estudio de Luis Ibarlucía y aso- ciados, cuyo director había sido parte de la llamada “Escuelita” en la que entre fines de los ’70 y principios de los ’80 se debatían temas de urbanismo y que terminó marcando a fuego el rumbo de la arquitectura argentina.

Corría 2005, el edificio de Indear lejísimos estaba de terminarse y ya empezaban a firmarse convenios con científicos del Conicet bajo la modalidad del “investigador en empresa” nacida dos años atrás.

Los “esqueletos” que entonces rodeaban el edificio en construcción.
Edificación de INDEAR.

Indear -que en su etapa fundacional se organizó en áreas temáticas, con una forma muy similar a la de un instituto académico clásico- se lanzó a desarrollar seis plataformas que luego influirían en los seis laboratorios del edificio, a saber: tecnología de proteínas, biología molecular, genómica y bioinformática, transformación y cultivo de tejidos y proteómica. Se requerían para eso un invernadero inteligente (que pudiera regular la temperatura y la humedad con paneles evaporadores, losa radiante y semisombra) y fitotrones, años más tarde se traería al país el primer equipo para secuenciación de ADN de alto rendimiento (454-FLX), que con un costo cercano a los 700 mil dólares permitía generar grandes volúmenes de datos desde el punto de vista genómico.

De forma paralela a ese proceso nació en 2007 Bioceres Semillas, la división encargada de comercializar semillas mejoradas a partir de los distintos desarrollos de la empresa, creada por 16 accionistas de Bioceres y con Lucrecia Fernández Arancibia como primera presidenta.

Con el edificio en construcción los equipos científicos arrancaron a trabajar de forma deslocalizada desde Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, en algunos casos en laboratorios y oficinas alquiladas y viajando cada tanto para monitorear el avance de la obra y definir qué equipamiento se requería. Alejandro Mentaberry era el director científico. Martín Vázquez –que venía del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular “Ingebi” y traía bajo el brazo su posdoc en Biología- se incorporaba como asesor en el área de genómica y bioinformática, en tanto la doctora en Química Patricia Miranda aportaba sus conocimientos en proteínas y el sueco (y ex Sidus) Björn Welin piloteaba el área de biología molecular. Federico Trucco, hijo de Víctor, regresaba de Estados Unidos tras finalizar su doctorado en Ciencias de los Cultivos en la Universidad de Illinois y se sumaba para arrancar con Gerónimo Watson y Lucas Paultroni su proyecto de domesticación del amaranto, pseudocereal precolombino con características nutricionales excepcionales. Para eso los tres se instalaron en el laboratorio que Víctor tenía junto a su hermano, también bioquímico, en San Jorge, ciudad santafesina de 25 mil habitantes a 180 kilómetros al norte de Rosario. En San Jorge Federico y Lucas habían compartido la escuela primaria y ahí se dedicaron a hacer tareas de laboratorio a la vez que producir, embolsar, cargar y despachar el amaranto en camiones mientras Gerónimo iba y venía desde Monte Buey, localidad cordobesa de la que era oriundo y donde se ocupaba de las actividades de campo que el proyecto demandaba.

De forma paralela a ese proceso nació en 2007 Bioceres Semillas, la división encargada de comercializar semillas mejoradas a partir de los distintos desarrollos de la empresa, creada por 16 accionistas de Bioceres y con Lucrecia Fernández Arancibia como primera presidenta.

Laboratorios de INDEAR.

La construcción siguió su marcha hasta que las cosas comenzaron a torcerse y la alianza con Biosidus –que había abierto tantas puertas y sumado a tantos profesionales- llegó a su fin debido a una serie de diferencias irreconciliables: en una y otra empresa prevalecían diferentes visiones que no permitían avanzar. La Argentina era un hervidero debido al conflicto del gobierno encabezado por Cristina Fernández con el sector agropecuario por las retenciones móviles, el mundo danzaba al compás de la peor crisis financiera desde la Gran Depresión de 1929. El divorcio de Biosidus disparó una tormenta y Bioceres se convirtió en septiembre de 2009 en la única dueña de Indear, aunque también tuvo que devolver proyectos y encontrar rápidamente la forma de financiar lo que vendría. Marcelo Carrique y Aimar Dimo, ambos miembros del directorio de la compañía, jugaron un rol clave en la negociación. Hubo despidos, hubo estrés y hubo incertidumbre, un momento en extremo complicado del que una vez más germinó la creatividad.

Laboratorios de INDEAR.

La construcción siguió su marcha hasta que las cosas comenzaron a torcerse y la alianza con Biosidus – que había abierto tantas puertas y sumado a tantos profesionales- llegó a su fin debido a una serie de diferencias irreconciliables: en una y otra empresa prevalecían diferentes visiones que no permitían avanzar.

Ese mismo año Gustavo Grobocopatel y Trucco padre –quien a fines de 2007 había reemplazado al primero en la presidencia de Bioceres- impulsaron una nueva ronda de capitalización, la meta era hacerse con los fondos suficientes para finalizar la construcción del edificio de Indear. En ese proceso la entrada a la sociedad de Hugo Sigman –psiquiatra, empresario y fundador del Grupo Insud, con intereses en la industria farmacéutica, el agro y el cine- fue determinante, no solo por la inversión en sí sino porque además atrajo la atención de otros socios de peso como Teddy Karagozian, dueño de la compañía textil TN&Platex.

Con todo, Bioceres tenía que achicar costos: una posibilidad era que los científicos hasta el momento deslocalizados se mudaran a Rosario y empezaran a trabajar en el edificio de Indear, aun- que todavía no estaba del todo terminado. Así Patricia Miranda, Lucas Paultroni, Gerónimo Watson y un joven Sergio Simonsini que se sumaba como pasante se convirtieron en los primeros “conquistadores” y se instalaron en una zona del subsuelo que equiparon con escritorios comprados en Easy y raudamente bautizaron como “el búnker”, ahí trabajaban mientras un hormiguero de albañiles y contratistas trajinaban sobre sus cabezas, hasta que llegó el día de inaugurar el nuevo edificio.

El acto se llevó a cabo en diciembre de 2010, estaba el gobernador Hermes Binner, el ya ministro de ciencia Lino Barañao, la presidenta del Conicet Marta Rovira y naturalmente toda la plana de Bioceres, incluido el flamante presidente del directorio Aimar Dimo. La presentación en sociedad incluyó una recorrida por el edificio de 3.853 metros cuadrados cubiertos, de los cuales 1.065 eran laboratorios de alta complejidad y 314 invernáculos de alta seguridad. Los visitantes caminaron la planta baja (ahí las plataformas de pirosecuenciación genómica, bioinformática y transformación vegetal, además de los equipos de molecular farming y molecular breeding), el subsuelo con sus depósitos y las oficinas administrativas de la planta alta. La construcción había demandado un total de 5.560 millones de dólares en tres etapas, entre créditos, subsidios y aporte de los socios.

Ese día Federico Trucco, convertido en gerente del instituto, brindó un detalle muy minucioso de los proyectos que Indear estaba llevando adelante (el de producción de quimosina en plantas de cártamo, el de investigación de nuevas variedades de amaranto, los cultivos con tolerancia a estrés hídrico y salino, el maíz tolerante al mal de Río Cuarto, la generación de herramientas para la transformación de plantas con fines biotecnológicos de mejoramiento y el acortamiento de ciclo de las plantas) y destinó también unos párrafos a la promisoria disciplina de molecular farming, que usa a las plantas como una suerte de biorreactores para producir proteínas recombinantes y otras moléculas biológicas de interés comercial. Ese día Trucco dijo algo más: habló de una mística capaz de atraer a otros investigadores. Los medios describían al “polo más grande de biotecnología” del que disponía el país.

Victor Trucco, Marcelo Argüelles y Alejandro Mentaberry, recorriendo la obra de INDEAR.
De izquierda a derecha Gerónimo Watson, Patricia Miranda y Lucas Paultroni.

Ese día Trucco dijo algo más: habló de una mística capaz de atraer a otros investigadores. Los medios describían al “polo más grande de biotecnología” del que disponía el país.

Parte del equipo de INDEAR en los inicios del Instituto De izquierda a derecha: José Medina, Patricia Miranda, Sergio Simonsini y Leonel Esconjaureguy.

Trucco, que había vivido de cerca la evolución de Indear y de Bioceres, fue quien comenzó a marcar en los años anteriores a la inauguración del edificio un cambio de rumbo. Su visión indicaba que al integrar completamente a Indear con Bioceres ya no tenía sentido gestionar con dirección científica los proyectos de terceros cuando se tenía la capacidad de hacerlo con los propios, convirtiendo a Indear en algo así como el “brazo de investigación” de Bioceres. El concepto en sí significó un choque cultural: la Bioceres inicial era la Bioceres que llevaba financiación a las universidades, mientras que la Bioceres dueña de Indear era la que quería utilizar esa financiación para sus propios proyectos.

El caso es que, tras un período de transición, Indear acabó por migrar hacia un modelo en el que ya no había áreas temáticas que funcionaban como si se tratara de un instituto académico, sino que la aproximación era más “industrial”: estaba orientada al desarrollo de productos. Indear fue mutando así hacia una suerte de grandes plataformas tecnológicas que permiten crear productos, o incluso empresas.

Esa es la evolución que brotó de Indear. La de un modelo novedoso que lejos de estar escrito en piedra se encuentra en constante experimentación, si al fin y al cabo una de las capacidades más peculiares y únicas que tenemos los seres humanos es la de dar la vuelta la página y cuando la situación lo demanda, cambiar.

Voces

LINO BARAÑAO: Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación Argentina entre 2007 y 2018, Conversación vía zoom, junio de 2021

“NO ESTABA TERMINADO EL EDIFICIO de Indear y ya empezaba a verse un cambio en el entorno. Había mucho entusiasmo. Se fue completando el edificio, se completaron los de alrededor, cambió la zona e Indear pasó a ser parte de un proyecto más grande, pero la semilla estuvo ahí. Y también sirvió para legitimar el concepto de asociación público privada. De hecho cuando años más tarde se creó Y-Tec, más o menos con el mismo concepto y un vínculo entre el Conicet e YPF, ya estaba la experiencia positiva de Indear. Estamos hablando de un proyecto pionero”.

LUCAS PAULTRONI: Gerente de oficina de proyectos de Bioceres Crop Solutions, Conversación vía zoom, septiembre de 2021

«DE LA ÉPOCA DEL BÚNKER recuerdo los ‘almuerzos ilustrados’. Estamos hablando de un sótano con dos oficinas, una de las cuales era un banco de germoplasma de donde salía un olor a naftalina terrible, porque para que los insectos no se comieran las semillas poníamos naftalina. Y alrededor del edificio en construcción solamente estaban los esqueletos, no había ningún lugar para comer y entonces nos íbamos hasta el Carrefour a comprar baguette, jamón, queso, tomate y comíamos sándwiches en los escritorios mientras aparecía algún tema científico para discutir”.

MARIANA GIACOBBE: Ex gerente general en Bioceres, Conversación vía zoom, mayo de 2021

«HOY TODOS ESOS ESQUELETOS que compartían el predio con Indear son edificios terminados, y en ese lugar que estaba a punto de desaparecer casi no podés estacionar el auto. Indear tuvo también la capacidad de traccionar el uso de ese espacio, fue un poco el germen para que esa zona empezara a modernizarse”.

MARÍA SOLEDAD CÓRDOBA: Doctora en Antropología Social por el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín “Impactos de la diáspora científica y técnica en el sector biotecnológico argentino”, en Redes: Revista de estudios sociales de la ciencia, 2013. Disponible en http://ridaa.unq.edu.ar/ handle/20.500.11807/602

«INDEAR TIENE UNA POLÍTICA ACTIVA de incorporación de científicos residentes en el exterior. La repatriación de talentos es concebida como la oportunidad de acceder a conocimiento de vanguardia y de establecer contactos con instituciones o empresas que puedan potenciar su actividad. La mayoría de sus investigadores tienen alguna experiencia de formación en el exterior, ya sea el grado o el posgrado, o hasta un posdoctorado; para citar un ejemplo, en el grupo de bioinformática se ha incorporado a un investigador proveniente del Craig Center Institute de Estados Unidos que participó en la secuenciación del genoma humano. También se suman extranjeros que estén dispuestos a transferirse a nuestro país, por ejemplo, el líder del grupo de trabajo molecular farming es de origen sueco. En líneas generales, el personal que asume la coordinación de los grupos de trabajo tiene maestrías o doctorados hechos en universidades principalmente norteamericanas”.

CLAUDIO DUNAN: Director de Estrategia en Bioceres, Conversación vía zoom, abril de 2021

«LA ASOCIACIÓN QUE SE LOGRÓ con el sector público fue clave, clave para acceder a ciencia, a científicos, a equipamiento y a otros recursos, para fundar Indear y ponerlo donde hoy está. Creo que en La Siberia original el ambiente es más cálido de lo que ese predio era antes de la construcción de Indear. El tamaño de los pastizales directamente asustaba”.

FERNANDO LÓPEZ: CEO de Saberr, Conversación vía zoom, junio de 2021

«EL TÉRMINO INCUBACIÓN puede resultar un poco ambiguo. Lo que hizo Bioceres con Indear es más transversal, porque arranca des- de el momento del concepto, que sería la ‘preincubación ́, continúa dando tanto un espacio físico como un aporte dinerario, la ‘incubación clásica ́, y además le ayudó a ganar instrumentos públicos, con lo cual tiene un efecto multiplicador sobre los recursos que entran”.

HÉCTOR HUERGO: Periodista especializado en agro y socio fundador de Bioceres, Entrevista vía zoom, mayo de 2021

«A VECES NECESITAMOS DE ESTOS TEMPLOS. Indear es un templo en Rosario, que por otro lado es hoy la capital nacional de la biotecnología”.

HUGO SIGMAN: Fundador y director ejecutivo del Grupo Insud, accionista de Bioceres, En “Bioceres cosecha en Wall Street”, Forbes Argentina, abril de 2017, disponible en https://www.forbesargentina.com/negocios/bioceres-cosecha-wall-street-n347

«CONOCÍ LA EMPRESA casi desde sus inicios y siempre me pareció un proyecto muy interesante, porque entiendo que en la biotecnología vegetal la Argentina tiene ventajas para expandirse. A su vez, siempre valoré las iniciativas con integración público-privada y un grupo humano que no solo estaba unido por cuestiones económicas. Cuando vi que el proyecto estaba en riesgo, me pareció que era muy importante hacer un aporte para que continúe su desarrollo, y más allá de la capitalización también puse a disposición a mí equipo del Grupo Insud tanto para las conexiones con el mercado financiero como sus lazos internacionales”.

PATRICIA MIRANDA: Gerente de Asuntos Regulatorios en Indear, Conversación vía zoom, junio de 2021

UNO DE LOS PROBLEMAS ERA que en el búnker no teníamos calefacción, el primer invierno nos morimos de frío. Encima había que caminar como una cuadra para ir al baño, así que entre el clima y eso ni mate tomábamos. Fue un sufrimiento pero pasó, lo superamos y en 2010 tuvimos la inauguración, luego se inauguró el segundo piso. Yo a veces me río porque digo que ‘fui ascendiendo’: del subsuelo pasé a la planta baja y después al primer piso”.

Fachada del edificio de INDEAR.
Vista de los laboratorios.

GERÓNIMO WATSON: Director de tecnologías en Bioceres, Conversación vía zoom, mayo de 2021

«VEO COMO MUY POSITIVO algo que despegó durante esos primeros tiempos de Indear y que tuvo que ver con llevar financiamiento del sector público hacia colaboraciones con empresas. Fue un cambio importante que hoy sigue siendo resistido por buena parte del sistema científico argentino. Por el rol crítico que en su momento para Indear tuvo ese recurso nos volvimos expertos en aprovechar financiamiento competitivo. Y no nos podían correr por el lado de que no estábamos usando bien la plata, porque entre otras cosas estábamos desarrollando descubrimientos de los investigadores del Conicet. Para un científico llevar la gestión de un proyecto es muy complicado, nosotros podíamos gestionar muy profesionalmente esos recursos. Si no hubiese estado Indear muchos desarrollos hubieran terminado en papers y ahí se acababa la historia”.

VÍCTOR TRUCCO: Socio fundador y presidente del directorio de Bioceres entre 2008 y 2010, Palabras iniciales de la Memoria y Balance 2009

«ESTAMOS CONSTRUYENDO UNA HISTORIA de decisiones importantes. Por mencionar, recuerdo la fusión de los programas de biotecnología vegetal con Biosidus en el 2008 y en el 2009 la compra del 50 por ciento de las acciones de Indear en manos de Biosidus. Hoy la buena noticia es que todo salió bien. Más que bien. Excelente. Llegamos a un acuerdo con Biosidus, tenemos que reconocer una muy buena disposición de su parte, nos han dado tiempo para saldar la diferencia económica. Nos concedieron el tiempo que le solicitamos y han tenido tantos otros gestos, propios de caballeros. Algo no frecuente en estos tiempos, cuando se trata de intereses”.